La ley tributaria es compleja, eso no admite discusión. Los impuestos siempre han sido una materia oscura, que parece ajena a nuestra realidad cotidiana. Como un efecto de lo anterior, el debate en materia de impuestos suele restringirse a la esfera técnica, y ciertas materias relevantes suelen dejarse de lado.
Me refiero a la conciencia de cómo nos afectan los impuestos: ¿Se ha preguntado alguna vez qué porcentaje de su presupuesto corresponde a impuestos? Si usted consume todo lo que genera, un quinto de sus ingresos líquidos (descontados salud, previsión, etc.), corresponde a IVA (19%). Si usted adquirió una vivienda recientemente, es probable que incluso su dividendo esté indirectamente gravado con este impuesto. Un quinto, sin siquiera considerar el impuesto a la renta. La pregunta es, ¿entendemos la trascendencia de los impuestos?
Por otra parte, ¿entendemos el uso que se da a los impuestos?
Y conste que no me refiero a la calidad del consultorio, de la educación, a la corrupción o la negligencia, argumentos todos comúnmente utilizados para justificar la desidia que genera tener que pagar impuestos. Me refiero a las veredas con árboles, las calles pavimentadas, la plaza en la que juegan sus hijos, el semáforo que le permite cruzar con seguridad, entre mil otras cosas cuyo uso es tan cotidiano que olvidamos que están ahí. Esas cosas que aparentemente no pagamos, pero que no son gratis, pues se financian con nuestros impuestos.
Las preguntas anteriores conducen necesariamente a otras: ¿Será suficiente simplificar la ley para fomentar el cumplimiento tributario? ¿No será que debemos educar en materia de impuestos?
La educación en materia de impuestos es la base para generar conciencia respecto de la necesidad de contribuir al financiamiento de nuestras propias necesidades, que son las de la sociedad. En términos simples, cuando uno entiende por qué tiene que pagar, tenderá a hacerlo con menos disgusto o empleando menos “astucia”; y cuando entiende lo que está pagando, encontrará justificación a la molestia que le genera el despilfarro de recursos fiscales. Cuando uno comprende el sentido de los impuestos, comprende el alcance del retorno que puede exigir al Estado por tales pagos, y adquiere al mismo tiempo un compromiso que debiese resultar en un incentivo al cumplimiento.
Los impuestos suelen definirse como un problema de empresas, cuestión que disimula su impacto en nuestra vida cotidiana. La tributación, no obstante, no es un problema empresarial, sino que una necesidad social. Resulta claro entonces que la simplificación del sistema tributario es sólo el primer paso para incentivar el cumplimiento. La conciencia real del valor y sentido de los impuestos, fomentada a través de la educación, parece ser el principal camino para resolver el problema de fondo, que es la falta de interés por cumplir.
Artículo de Francisco Sepúlveda
Fuente: La Tercera