La contabilidad y la corrupción están intrínsecamente relacionadas, y esta conexión se ve especialmente en el desconocimiento de la importancia de una contabilidad rigurosa y transparente. La falta de visibilidad y control en los procesos contables deja abierta la puerta a la posibilidad de cometer actos ilícitos tanto en empresas como en organizaciones. No se puede delegar el control financiero en un sistema que se desconoce; esta es una realidad alarmante que muchas entidades enfrentan soslayando sus implicancias.
Cuando se presentan informes financieros a empresarios, directorios y a responsables de la administración, surge una pregunta crítica: ¿saben si realmente los informes presentados son consistentes con los datos que están registrados en su contabilidad? A menudo, se confía en la información presentada sin cuestionarla, y esta confianza, especialmente en temas económicos, resulta insuficiente y riesgosa. Este es uno de los roles fundamentales de la contabilidad: informar y controlar en forma rigurosa el estado de los recursos económicos. Sin embargo, este papel no se está cumpliendo ni entendiendo adecuadamente, principalmente porque se desconoce la verdadera misión de la contabilidad.
Sin una contabilidad confiable y normalmente atrasada el desorden y la falta de trazabilidad de los hechos económicos se convierten en un caldo de cultivo para la corrupción y el fraude. La ausencia de registros claros, ajustes fuera de la contabilidad y sistemáticos, facilita la manipulación de datos y la toma de decisiones erróneas, aumentando el riesgo de trabajar con desinformación. Cabe preguntarse cuántas de las empresas que han sido defraudadas contaban con una contabilidad actualizada y controlada. La respuesta revela una verdad incómoda: muchas de ellas no tenían procesos contables sólidos.