La mejor película de todos los tiempos muy probablemente sea el Padrino. Una verdadera clase sobre la familia, los negocios y la vida. Una historia llena de códigos implícitos que rigen el destino de los personajes y que nos enseñan sobre lo importante de la vida. Cuando estos códigos se quiebran, se paga con la propia vida. Así funcionan los negocios dentro de la “Cosa Nostra”.

En esta película había un personaje que siempre me llamó la atención: “il Consigliere”, interpretado por Robert Duvall. Esta persona era una mezcla de asesor, guardián de secretos y punto de contraste en diversos asuntos del día a día. Se acudía a él para pedir consejo y se esperaba que en muchas ocasiones il Consigliere opinara de forma contraria al mismísimo Padrino. 

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Había un respeto hacia la figura de este consultor, un respeto que se había ganado a través de años de escuchar con atención, de estar presente y siempre, siempre, siempre responder con un consejo oportuno. Podríamos decir que il Consigliere era el padrino del Padrino. Una especie de angel guardián con la autoridad moral para decirle incluso que estaba equivocándose en su camino al jefe de la familia.

Cuando partí mi aventura en el mundo del emprendimiento, lo primero que soñé fue incorporar un Consigliere que guiará y aconsejara al grupo de socios. No era un problema el dinero y decidí pagar sus buenas lucas por el asesoramiento mensual de esta figura. Esta persona era un contador al cual siempre consideré como una pieza clave en mis negocios. Será por mi formación como ingeniero comercial, o quizás por sentido común, pero la contabilidad es como el corazón de los negocios. Es clave tenerlo sano y poder ver sus exámenes de forma regular. Imagino que esta ilusión de trabajar con un contador que sea las veces de un ángel guardián es compartida por casi todos los emprendedores primerizos.

Al poco andar, me di cuenta que nuestro Consigliere no nos aconsejaba. No tenía la información precisa de mi empresa y tampoco lograba explicarme con claridad qué estaba pasando con los números de la empresa. Siempre habían largas explicaciones, los números no cuadraban y muchas veces se contradecían. Cuándo uno preguntaba el porqué de esto, el contador hacía largas explicaciones, poco claras y con un lenguaje rebuscado, que terminaban por posicionarlo a él como el único capaz de entender el mundo contable y a mí, como un ignorante. Al año, se perdió la confianza y mis ganas de pagar un sobre precio por un servicio que nunca vi. Para lo único que servía mi contador era para pagar impuestos, y hasta en eso se equivocaba. Se olvidó de su rol fundamental como Consigliere, su rol de ser una guía para el crecimiento de mi empresa… o más bien, nunca quizo ejercerlo. Siempre sentía que lo molestaba cuando lo llamaba. Le robaba tiempo. Más que un Consigliere, terminó siendo como Fredo, el hermano poco proactivo del Padrino que veía los temas menos importantes.

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Me terminé cambiando de contador solamente para comprobar que así es el mundo contable en general. No descarto la esperanza de encontrar a mi Consigliere y así, tener la seguridad que una persona me está cuidando realmente las espaldas y mi negocio. El precio por este servicio es lo de menos.

Luciano Castellucci

Director Ejecutivo Transtecnia

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