En Chile, miles de empresas creen estar tranquilas porque “tienen un contador”.
Alguien que se encarga del IVA, de las declaraciones, del balance.
Un profesional que “cumple”.
Pero… ¿cumple con quién? ¿Con el SII o con el empresario? ¿Y qué tan cierto es que ese cumplimiento los protege?
La verdad, incómoda pero necesaria, es que la mayoría de las empresas están en riesgo y no lo saben.
El espejismo del cumplimiento
La contabilidad tradicional se volvió un servicio comoditizado.
Las oficinas contables procesan datos, llenan formularios, envían declaraciones y balances que, en muchos casos, nadie revisa.
Se cumple por cumplir. Y eso ha creado una ilusión peligrosa:
“Si mi contador lo ve, yo estoy tranquilo.”
Pero esa tranquilidad es frágil.
Porque la calidad del cumplimiento no está garantizada.
El sistema contable y el sistema tributario no están integrados.
Las Declaraciones Juradas (1940, 1947, F22) no se generan desde la contabilidad, sino desde planillas paralelas, ajustes externos y archivos que nunca se cruzan.
Mundos paralelos de información
Hoy, la mayoría de las empresas vive entre dos mundos contables:
uno formal, que el SII recibe; y otro interno, que el empresario desconoce.
Entre ambos, se pierden los detalles, se ocultan errores y se “corrigen” silenciosamente sin informar al cliente.
Todo parece estar bien… hasta que llega una fiscalización, una diferencia de impuestos, o una pérdida inexplicable.
Lo que el empresario no sabe es que muchas veces su contabilidad no cuadra con su tributación.
Y lo que el contador no dice es que, aunque el sistema declare, no necesariamente refleja la realidad.