Hace poco se anunció el cierre de AWTO, un emprendimiento chileno de un grupo económico que por diez años intentó revolucionar la movilidad. No fue falta de esfuerzo, ni de visión, ni de propósito. Fue simplemente que no llegaron nuevos inversionistas.
Y este hecho vuelve a poner sobre la mesa una pregunta incómoda:
¿Hasta cuándo sostener el sueño de un emprendimiento?
Hoy, muchos proyectos parecen creados NO para resolver un problema, sino para levantar capital. Se ha instalado una cultura donde se mide el éxito por la cantidad de rondas, por la velocidad de crecimiento proyectado, por cuántos millones se captaron…
Pero, ¿y el valor real de la innovación entregado a la sociedad?
¿Dónde quedó eso?
Desde mi experiencia como innovador, creo profundamente que el fin de un proyecto no es conseguir inversionistas. Es conseguir impacto. Es entregar algo útil, es generar valor.
Porque la innovación auténtica nace desde otro lugar:
📌 Tiempo para desarrollar, probar, equivocarse.
📌 Visión, para ajustar lo que haga falta sin perder el rumbo del propósito.
📌 Pasión, para sostener el proceso cuando no hay aplausos ni fondos.