Es probable que Frank McNamara nunca haya imaginado que el mundo tal como lo conocíamos se iba a ver amenazado por una pandemia, que iba a provocar que las personas no pudieran salir de sus casas y que para comprar alimentos y pagar servicios iban a tener que recurrir a su invento. Porque también es posible que en 1949 -en el Major’s Cabin Grill, un restaurante del Midtown neoyorquino- McNamara tampoco haya previsto que su olvido (había dejado su billetera en otro saco, distinto al que tenía puesto ese día) iba a convertirse en un invento. Sin ese incidente y sin esa vergüenza por no tener cómo pagar su cena, McNamara nunca hubiera creado esa primera tarjeta de crédito, solo destinada a pagar cenas, y a la que llamó Diners (una palabra que en inglés refiere tanto a un comensal como a un tipo específico de restaurante estadounidense).
La primera Diners Club emitida en 1950 llevaba consigo una idea y un concepto, pero no involucraba ninguna tecnología. Era más un carnet mecanografiado -con nombre y apellido, domicilio, un número identificatorio y fecha de vencimiento- que un método de pago electrónico en sí mismo. Durante aquellos primeros años de Diners las transacciones eran analógicas, no digitales; hasta que IBM inventó la tecnología de la banda magnética, en 1958.
La tecnología de la tecnología
La “magstripe” fue una creación del ingeniero Forrest Parry, quien buscaba combinar las propiedades de una cinta magnética -como la de un cassette o la cinta abierta, por entonces el método ideal para guardar información digital o analógica- con una credencial plástica con datos personales, para los agentes de la CIA. El problema estaba en cómo unir ambos elementos. Al parecer llegó a su casa obsesionado con la idea y se la comentó a su esposa, que estaba planchando, y fue ella quien le sugirió unir la cinta al plástico con calor. La primera aplicación concreta de las tarjetas de banda magnética fue en el transporte: el subterráneo de Londres y una línea de trenes de media distancia de California fueron los pioneros.
La banda magnética era segura en un mundo que era más ingenuo: proveyeron un tipo de seguridad “digital” que fue muy difícil de vulnerar hasta muchos años después. IBM trabajó en conjunto con los líderes de la industria -bancos y aerolíneas, en su mayoría- para establecer ciertos estándares, que permitirían que las tarjetas sean utilizadas en cualquier parte del mundo. Además de establecer medidas concretas para los plásticos -85,60 mm × 53,98 mm- también sentaron cómo debía ser almacenada la información, que recién en 1987 fue homologada por la International Organization for Standardization (ISO) con la norma ISO4909 y la más reciente ISO7813.
En algunos casos, si no se utilizaban los datos almacenados, se usaban los físicos. Cada comercio contaba con un dispositivo, que en algunos países se la llamaba bacaladera o track-track (por el ruido que hacían al usarla), en el que al poner los cupones, se marcaban los datos del relieve de la tarjeta sobre el papel (y la copia carbónica), a los que se le agregaba de forma manual el número de autorización otorgado por teléfono por la Central de Autorización. Después de la firma del cliente, el comercio recopilaba los cupones de venta y los llevaba a su banco para la acreditación.
La modernización
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Conforme la banda magnética se volvió una tecnología popular y más barata (la tarjeta de ingreso a un edificio o a una habitación de hotel, el carnet de una prepaga o de Sacoa incluyen esa tecnología) también se convirtió en un medio más vulnerable. Los mismos dispositivos que leían los datos para empezar la cadena de pagos eran utilizados por los delincuentes para beneficio propio.
En la actualidad el mismo trabajo que hacía la banda magnética es realizado por tarjetas con chips y tecnología contactless. “Hoy tanto chip como Contactless están basados en el estándar de industria en temas de seguridad que se llama EMV para la captura de la transacción, y que luego, una vez que ingresada a la red, la misma asegura que la información de la transacción viaje 100% segura entre los diversos integrantes del ecosistema”, explican desde Visa, la empresa fundada en 1958 en California y que actualmente distribuye 3800 millones de tarjetas en más de 220 países y territorios alrededor del mundo. El contraste con el track-track y los cupones también es notable: “el comercio resuelve digitalmente y en forma automática este proceso de solicitud de presentación de las ventas realizadas en el día utilizando una función de su terminal de captura o POS, ya sea físico o virtual”, agregan.
Así como la magstripe supo ser innovadora, la incorporación de un chip en el plástico fue una verdadera revolución. “El chip daba la funcionalidad de almacenar más información para controlar la autenticidad del plástico, con datos que no estaban presentes visualmente en él y permitían fortalecer los controles y minimizar el riesgo para los comerciantes”, explican en American Express, la marca que administra 56 millones de tarjetas en todo el mundo. “Luego se incorporó la tecnología contactless que posee un código criptográfico que solo se utiliza una vez y eso fortalece la seguridad en cada transacción”.
En estos días de comercio electrónico global, aparecen otras tecnologías que respaldan a la tarjeta de crédito, como lo son las conexiones seguras y los certificados de seguridad de los navegadores, la tokenización y la posibilidad de dar avisos sobre los consumos digitales. La transacción física fue reemplazada por la operación digital, con códigos QR, links de pago y aplicaciones que -nadie puede dudarlo- nunca hubieran existido sin las tarjetas de crédito. Lo interesante es cómo también cambian los usos y costumbres de las personas. Mientras que antes se entregaba la tarjeta a un cajero, ahora los consumidores son partícipes de la compra.
“Estamos yendo a un esquema de pagos más virtual con más credenciales digitales que físicas, aunque todavía es muy difícil pensar en la desaparición de los plásticos”, dicen en Visa. Y en Amex coinciden: “tenemos en nuestro portafolio muchos clientes que les gusta tener la tarjeta física, y por ese motivo el año pasado relanzamos The Platinum Card en su versión metálica”. Una idea, un medio de pago y un objeto que da prestigio, unidos por una tecnología tan cotidiana que cabe en un bolsillo.