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En Chile, las universidades siguen siendo las instituciones más confiables. En ellas descansa una parte fundamental de la esperanza de las nuevas generaciones, y también del futuro del país.
Sin embargo, esa confianza —que es un activo enorme— conlleva una responsabilidad que no puede eludirse: educar para transformar, no solo para entregar títulos y certificar.
Durante décadas, la universidad fue el lugar donde estaba el conocimiento. Hoy, ese paradigma cambió radicalmente.
La inteligencia artificial ha democratizado el acceso al saber, poniendo al alcance de cualquier persona, en cualquier lugar, una cantidad de información antes inimaginable. En este nuevo escenario, el valor de la universidad ya no está en transmitir datos y conocimiento, sino en formar mentes capaces de pensar, discernir, integrar y aplicar el conocimiento en la realidad.
Educar no puede reducirse a preparar para aprobar.
Educar es enseñar a comprender, a cuestionar y a crear valor.
Y, sin embargo, gran parte del sistema universitario chileno se ha convertido en un engranaje complejo que dedica más energía a su propio financiamiento que a revisar su misión formativa. El debate sobre becas, fondos, aranceles o financiamiento estatal —por muy importante que sea— no puede seguir desplazando la conversación sobre el propósito de la educación.
Formar profesionales competentes no es un asunto de presupuesto, sino de visión.
No se trata de enseñar más asignaturas, sino de conectar la enseñanza con la realidad del trabajo, de la empresa y de la sociedad.
Hoy, la distancia entre lo que se enseña en las aulas y lo que el mundo necesita se ha vuelto abismal.
Cada año, miles de jóvenes egresan de las universidades chilenas con títulos que no logran reflejar competencias reales para su ejercicio profesional.
La mayoría aprende lo esencial recién cuando comienza a trabajar, y las empresas —grandes y pequeñas— terminan asumiendo el costo de esa brecha formativa.
La situación se agrava al constatar que un número importante de profesionales termina ejerciendo en áreas distintas a las que estudió, una señal clara de que la educación superior no está alineada con el mundo laboral.
Las cifras lo confirman:
Chile invierte menos del 0,4 % del PIB en investigación y desarrollo (I+D), muy por debajo del promedio de los países de la OCDE (2,7 %).
Esto no solo refleja una falta de inversión, sino también una falta de integración entre el conocimiento académico y la innovación productiva.
En un país que necesita con urgencia elevar su productividad y diversificar su economía, la educación superior no puede mantenerse desconectada del trabajo real.
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En un mundo donde la información es abundante, el verdadero valor está en la comprensión.
La universidad del siglo XXI debe enseñar a los futuros profesionales a pensar con datos, a decidir con propósito y a actuar con ética.
La inteligencia artificial no reemplaza las disciplinas: las acelera, las expande y las obliga a evolucionar.
Por eso, la formación profesional debe dejar atrás el modelo pasivo, memorístico y descontextualizado.
Necesitamos contadores que entiendan el negocio detrás de los números, ingenieros que comprendan la lógica de los sistemas y administradores capaces de traducir los datos en decisiones estratégicas.
No se trata de formar técnicos que registren hechos, sino profesionales que interpreten la realidad y generen valor en las empresas.
Las universidades chilenas no pueden seguir formando empleados del pasado en un mundo que exige innovadores del futuro.
Tienen la oportunidad —y el deber— de ser protagonistas del nuevo ciclo de desarrollo del país, articulando el conocimiento con la tecnología, la ética y la inteligencia práctica.
El desafío es monumental, pero posible: educar para la inteligencia y no solo para el conocimiento.
Educar es mucho más que entregar herramientas; es enseñar a construir criterio, propósito y visión.
La universidad que no transforma la manera de pensar termina repitiendo el pasado en nombre del futuro.
Desde Transtecnia y el Ecosistema Fintech Contable (EFC), extendemos una invitación concreta a las universidades de Chile para abrir espacios de colaboración y cocreación.
Estamos dispuestos a trabajar juntos en el diseño de nuevas mallas, programas y proyectos que integren tecnología, gestión y pensamiento crítico, para formar contadores, ingenieros y profesionales que comprendan el nuevo lenguaje de los negocios.
Chile no necesita más títulos; necesita más talento preparado para transformar la realidad.
El futuro no se enseña: se construye colaborativamente.
Autor: Jorge Valenzuela F.– Gerente General y Fundador de Transtecnia S.A.
de contabilidad, temas laborales, educación, tributarios e innovación

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